Estamos boquiabiertos frente a
un breve silencio que aprovechas para acercar dos de tus primeras preguntas
¿Qué se te ocurre? ¿Ya tienes algo escrito? Te respondo que no, que no se me
ocurren muchas cosas y que no tengo nada escrito. Algo musitas con tus labios y
luego me hablas sobre el silencio. Te escucho. Quiero escribir sobre estos
momentos, no quiero complicarme mucho, te digo. Dale, me respondes. Arrancas un
par de notas y las dejas reposar en el aire. Yo las miro y trato de acercarme a
ellas. Algo insinuó sobre la hoja blanca, un precario gesto de mi asombro; nada
muy importante.
Te recoges y vuelves sobre las
notas. Afinas tu guitarra, multiplicas el sonido. Ya es hora de partir, pienso. Noto que Simón está durmiendo sobre
el toldo verde. Abro mis ojos y estas frente a mí, a tan solo unos centímetros
de distancia. ¡Ya sé, inventemos un lago, su playa y un bosque! me dices. No
sabes nada, pero tus pensamientos me otorgan el placer de lo ingrávido, pienso
antes de contestar: Ok, inventemos nuestro propio lago con su playa y un
bosque.